Muchos se preguntan cómo es que Malala Yousafzai no sólo sobrevivió, sino que logró recuperarse casi por completo después de 3 disparos en la cabeza el 9 de octubre de 2012, cuando tenía sólo 15 años. Más asombrosa aún resulta la valentía de la pakistaní para seguir luchando por el derecho a la educación de los jóvenes de su país y el resto del mundo, a pesar de ser ese el motivo del atentado en su contra.
Poco más de dos décadas antes, en 1990, el mundo entero se sorprendía con la actitud de Nelson Mandela hacia los responsables de su encarcelamiento de 27 años: una reconciliación pacífica que marcaría el comienzo de la democracia sudafricana. ¿Qué lo llevó a elegir ese rumbo inesperado?
La respuesta en ambos casos es simple pero contundente, un renglón en su historia que, lejos de ser un detalle, contiene la clave de su determinación y fortaleza.
Dice Malala que si tuviera en frente al talibán que le disparó, y ella tuviera un arma en la mano, no le dispararía, que incluso no le faltaría al respeto de ninguna forma. Por su parte, Mandela afirmó: “Un hombre que le quita la libertad a otro hombre es prisionero del odio, está encerrado tras las rejas de los prejuicios y la incapacidad de ver más allá… a los oprimidos y a los opresores se les priva de su humanidad por igual», dejando así en claro que él no estaba dispuesto a ser presa de su propio rencor.
Ambos Premios Nobel de la Paz son ejemplos impactantes de cómo el perdón nos reencuentra con nosotros mismos y permite que superemos las circunstancias más adversas, generando al mismo tiempo un cambio para otros. ¿Te gustaría seguir su ejemplo? Empieza aquí.